Melanie Taylor Herrera
Nació en Panamá, en 1972. Escribe cuentos, microrrelatos, poesía y ensayo.
Es Técnica Superior en Violín, Licenciada en Psicología y tiene una maestría en
Musicoterapia. Es violinista de la Orquesta Sinfónica Nacional de Panamá. Ha
recibido diversos galardones por sus escritos en Panamá, Centroamérica y
España. Ha publicado tres libros de cuento: Tiempos
Acuáticos (2000), Amables
Predicciones (2005) y Camino a Mariato
(2009). Sus cuentos han sido traducidos
al inglés, polaco, alemán y francés. Recientemente fue incluida en la antología
de ciencia ficción latinoamericana Qubit
publicada en Cuba por la Editorial Casa de las América; en la antología Cuentos del Hambre de Alfaguara,
Centroamérica y en la Antología Mujeres
en la Historia I y II, Ediciones Irreverentes, España. En el año 2014 participó
de encuentro de escritores “Centroamerica Cuenta”.
Ha obtenido premios literarios, entre ellos: Primer lugar en el concurso Medio Pollito de Literatura Infantil, INAC,
Panamá, 2006; Accésit en el X Concurso “Artífice” realizado por la
municipalidad de la Loja, España, en la modalidad de poesía, Septiembre 2009 y Primer premio de
ensayo en el concurso Juan Héctor Díaz Conte con el tema “El saber ambiental en
la cuenca hidrográfica del Canal de Panamá”, Octubre 2009.
Correo:
concursos13.72@gmail.com/nani_27@hotmail.com
http://melanietaylorherrera.wordpress.com/
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Del libro Amables
Predicciones
Ediciones Amerrisque, Nicaragua,
2009.
Premio Rafael Contreras otorgado
por la Asociación Nicaragüense de Escritoras.
Tulivieja marca registrada
Todo comenzó hace dos años cuando la Tulivieja sintió que
ya no metía miedo. Con el arribo a
nuestro país de celebraciones como el día de Brujas y de las películas de
terror se vio desplazada por gremlins, vampiros, dráculas, momias, asesinos con
máscaras y sin ellas, extraterrestres...La competencia era mucha y la cosa
estaba dura. Claro, la Tulivieja pensó que en el interior las cosas no
cambiarían tan rápido, pero se equivocó.
Un día con su quejido lastimero: “mi hijo, mi hijo”, atravesó una
quebrada y por poco se cae, no por las piedras sino porque sus patas de caballo
tropezaron con las latas de soda que la gente del pueblo bota con feliz
descuido. Luego divisó a un niño de
nueve años, con su ropita sucia y los pies en el suelo. Se le acercó con sus ropas raídas y su cara de espanto. El niño se le quedó mirando, pero no corrió
ni se desmayó. Simplemente tenía cara de
disgusto. De asco. El niño se sentó en
una piedra mientras la contemplaba. Te
voy a llevar, susurró la Tulivieja con una voz de hojalata que a otro le
hubiese achicado el corazón. El niño
bostezó. La Tulivieja arqueó una ceja, sosteniéndose de su bastón, dio un
alarido que hizo temblar las hojas de los árboles aledaños. El niño no dijo nada. Finalmente el niño se
levantó y en un abrir y cerrar de ojos la Tulivieja tuvo al mismo diablo en sus
narices.
—No te parece idiota que trates de asustarme—dijo el
Chivato rascándose un cacho con rabia.
—Mi señor—musitó la Tulivieja postrándose.
—Levántate y acompáñame a ver si entiendes qué sucede.
La vieja, no sin esfuerzo, se enderezó, ya que siempre
camina encorvada y se acercó al diablo quien estaba bastante impaciente.
—Vamos—rugió el Maligno.
Cuando abrió sus ojos marchitos, secos de lágrimas y
prolijos de cansancios, la Tulivieja se halló en una sala de cine. Esto la turbó mucho, pues estaba acostumbrada
a su hábitat silvestre, de pájaros y árboles, riachuelos y alguna que otra
criatura a quien asustar. La sala hervía
en niños y jóvenes sedientos de sodas y popcorns, que hablaban por celular. El diablo tomó la apariencia de un niño e
hizo que la Tulivieja pareciera una abuela bonachona. Se sentaron y la película dio inicio. Una música rocanrolera a un volumen
ensordecedor, que el diablo disfrutaba plenamente, anunciaba el inicio de la
película con su título en grandes letras de las que goteaba sangre. La acción transcurría aburrida y
predecible. Un encapuchado que sostenía
una hoz ensangrentada correteaba a unos chiquillos que habían matado a un
hombre jurando no decir su secreto a nadie.
La Tulivieja bostezó varias veces sin disimulo. Al final, cuando las
pequeñas letras con los nombres de las noveles estrellas hicieron su aparición
en la gran pantalla, el diablo hizo tronar sus dedos y volvieron al bosque.
La Tulivieja adoptó su pose usual, ya iba a proseguir su camino cuando el diablo
se le interpuso.
— ¿Ya te enteras?
— ¿Enterarme de qué?
El diablo resopló, agitó los cachos, arremolinó la cola y
enterró una pezuña en la tierra. Escupió.
—¡Eres anacrónica!
— ¿Y?—respondió la Tulivieja encogiendo aún más sus
hombros—Viejo es el viento y sopla. Tú mismo, mi señor, si me perdonas que te
lo diga, no estás precisamente en tus años mozos.
—Pero puedo estarlo si lo deseo. Puedo ser un bebé, un
niño, un joven amante, una mozuela coqueta, un político, una presidenta…
—Ya, ya. Está bien. Soy anacrónica, pasada de moda. No
meto miedo como antes, mucha electricidad y mucho cable. No pretenderás que deje de andar por ahí
llamando a mi hijo sólo por eso.
—Claro que no. Lo que te pido es que hables con el señor
Josh Gotti.
— ¿Y se puede saber que hace el señor yo-no-sé-que Gotti?
—Pues es especialista en posicionamiento de productos. El
mismísimo conde Drácula lo consulta. ¿No ves cuanta película hay de vampiros?
Por cierto, en Rumania ya le están construyendo un parque al Conde.
La Tulivieja torció la boca. Ella no andaba como para
consultas. Suficiente era arrastrar en penitencia eterna ese cuerpo suyo
cansado y andrajoso, con patas de caballo y cuerpo deforme, con manos como
garras con las uñas largas y sucias y esa cara de donde salían cabellos largos
ocultándole sus ojos tristes.
—Piénsalo—dijo el diablo dejándole una tarjeta de
presentación en las manos y desapareciendo en la nada, de donde vino.
Pasó un mes y la Tulivieja siguió con su quejido
lastimero, entre ríos y quebradas, asustando a un par de borrachos, a una
pareja de amantes que en realidad ni cuenta se dieron de su presencia, pues
estaban encerrados en un auto con el aire acondicionado puesto, y a un perro
sarnoso que ladró una vez. Abatida se
sentó una noche de luna llena sobre una piedra adoptando su forma original, la
de una moza joven y galana, queriendo llorar, pero sin lágrimas para
hacerlo. Sacó la tarjeta de presentación
y la contempló con resignación. La noche siguiente se reunía con el señor Gotti
en un bar escondido del pueblo, donde cada quien se ocupaba de sus asuntos.
El señor Gotti estaba vestido con una camisa blanca con
detalles de molas y pantalón negro. Era
muy blanco y sudaba a mares. El cabello
lo llevaba muy corto y usaba unos lindos zapatos italianos que le disgustaba
ensuciar. Se secaba el sudor
frecuentemente con un pañuelo blanco.
—Señora Tulivieja, un verdadero placer, realmente—le dijo
estrechándole la mano con ligereza. — ¡Veamos que tenemos aquí!
Abrió rápidamente un caro maletín de donde sustrajo unos
folletos.
— ¿Tiene algo de experiencia en mercadeo?
La Tulivieja sólo dijo ¿ah?
—Entonces tenemos que empezar, valga la redundancia, por
el principio, ¿eh?—y rió con una risa muy falsa y pequeña que a la Tulivieja no
le gustó.
—Bien, la industria del entretenimiento es un mercado
pujante y atrae a los niños y jóvenes, un grupo de consumidores siempre
dispuestos a gastar o hacer que sus padres gasten, que es lo mismo. A mí se me ha ocurrido la idea de un parque
de diversiones. Esta estrategia es
excelente. Fíjese, iniciar un proyecto semejante en Florida, donde hay tanto
parque, sería demente. ¡Pero aquí estaríamos plantando bandera! ¡Una cerveza!
— ¿Una cerveza?—repitió la Tulivieja arqueando aun más su
ceja izquierda.
—Disculpe, no le hablaba a usted sino a la mesera.
Una chica joven que mascaba chicle se acercó casi
arrastrando los pies. El señor Gotti
inquirió por varias marcas de cerveza que no vendían en el bar, decepcionado
pidió la única marca que vendían.
— ¿Qué le decía? Ah, sí, pues que estamos innovando nada
más y nada menos. Lo primero que tenemos
que hacer es buscarle un nombre al producto y la imagen que queremos represente
al mismo. Por dar un ejemplo, le podríamos llamar Tulivieja Horror Ride, que en
español es Paseo de Horror de la Tulivieja.
—Oiga, yo simplemente quiero que la gente vuelva a contar
mi historia en las noches de luna llena, que se espanten al escuchar mi llanto,
que se paralicen al ver mi figura acercarse…
—Todo eso es muy romántico, señora Tulivieja, pero son
otros tiempos y nadie cuenta cuentos y creérselos menos. Lo que no se mercadea, lo que la gente no ve
en los medios de comunicación, en especial la televisión, nadie lo conoce.
¿Está conmigo?
—Es que no entiendo lo que me está explicando—protestó la
Tulivieja.
—El mismo Señor de las Tinieblas me recomienda y ¿usted
duda?—la voz de Gotti tenía un dejo amenazador. La tulivieja tragó en seco.
—Pues no, no dudo.
—Bien, entonces manos a la obra. Primero que todo a
tomarle una foto.
Gotti sacó raudo una cámara digital de su maletín y dejó
momentáneamente ciega a la Tulivieja con el flash.
—Ya mismo envío esto a mi oficina, para que empiecen a
sacar varias pruebas.
El hombre conectó la cámara a su teléfono celular y en
cosas de minutos un equipo empezaba la elaboración del “producto”. Gotti cerró
el maletín con un golpe seco.
—Entonces me espera aquí pasados siete días y de este
lugar mi chofer la llevará a mi oficina.
La Tulivieja lo vio alejarse y se sorprendió de no
sentirse contenta. Esa noche no salió a
vagar por el río y pensativa escuchaba las conversaciones nocturnas de los
animales del bosque.
Dos semanas después una limosina pasó por la Tulivieja,
quien esperaba en el bar y la condujo al barrio más moderno y sofisticado de la
ciudad de Panamá. Ahí, en lugar de un bosque de árboles, había un bosque de
torres de cristal y cemento, cada una compitiendo por su espacio y un retazo de
vista al mar. La más alta, aquella a la cual ninguna otra torre podía robarle
la vista, era la del señor Gotti, quien tenía sus oficinas en los últimos
pisos. Hasta allá fue a dar la
Tulivieja, a quien estos cambios de ambiente le causaban mucha incomodidad. Del
calor sofocante que le pegó de golpe al salir de la limosina pasó a un frió
ártico en las oficinas del señor Gotti, donde casi todos los empleados estaban
vestidos con sobrios trajes sastre. La Tulivieja tiritaba. El chofer la dejó
con la recepcionista. Era una joven tipo portada de revista, que se levantó
como si estuviese posando, su cabello negro y lacio se movió de manera
magnífica de un lado a otro, como en los comerciales de champú. Le dio la
bienvenida a la Tulivieja con una voz sedosa y le preguntó si se le ofrecía
algo de tomar mientras esperaba ser atendida: agua, limonada, té frío o café.
La Tulivieja se demoró cinco minutos en decidir, pues no estaba acostumbrada a
tantas opciones. Finalmente dijo agua. La recepcionista le sonrió y regresó con
una botella de agua fría y un vaso. Mientras se bebía el agua la Tulivieja
observaba con detenimiento la recepción: había enormes cuadros con escenas
selváticas, que iban con el decorado de los sillones y muebles, los cuales a
ojos de la Tulivieja debían ser muy caros. Se respiraba un ambiente de
lujo. La recepcionista le informó que
podía pasar y que debía subir unas escaleras, para llegar a la sala de
conferencias.
Al entrar a la sala de conferencias la Tulivieja se
asustó. Había una mesa ovalada enorme, llena de ejecutivos y ejecutivas con
computadoras portátiles, una botella de agua al lado de cada computadora y
celulares inalámbricos que no dejaban de sonar. No podía distinguir unos de
otros. Al final de la mesa estaba el señor Gotti esperándole con los brazos
abiertos.
—Mi querida señora, pase, siéntese. ¿No le parece esta
vista, espectacular?—le dijo mientras señalaba con el brazo derecho la vista de
360 grados que tenía su sala con paredes de cristal opaco. Nadie tiene algo
parecido en Panamá. Nadie.
La Tulivieja asintió con la cabeza y se sentó.
—Cada ejecutivo le informará de los diferentes detalles
relacionados con el mercadeo del parque Tulivieja Fun and Games. Recuerde que
los nombres en inglés venden—le susurró Gotti.
Se levantó una ejecutiva que se identificó como la
encargada de los estudios de mercado y que había realizado un focus group o
sesión de grupo con unos diez adolescentes de estrato económico clase media,
clase media alta. Los resultados de dichos estudios demostraban que los
adolescentes reaccionaban de manera mas positiva a un nombre en inglés, tal
como había ya mencionado el señor Gotti. También los adolescentes esperaban que
en un parque Tulivieja se pudieran utilizar sus tarjetas visas, los “rides” o
aparatos fueran de última tecnología, nada de esos aparatos viejos que hay en
la Feria de la Chorrera, por ejemplo; que hubiese películas de miedo, que se
pudiera comprar pizza y hamburguesas, que hubiera lugares donde realizar
compras y que se pudieran bajar gratis tonos y salvapantallas de la Tulivieja
para sus celulares.
Procedió entonces a dar su informe un hombre que no
estaba vestido de ejecutivo sino con jeans y suéter y que dijo llamarse Fer.
Fer informó que él se encargaba de las grabaciones de audio y necesitaba que la
señora Tulivieja emitiera varios de sus aterradores gritos para editarlos en su
computadora y retocarlos para hacerlos más siniestros.
Presionada por el señor Gotti, la Tulivieja dio varios
alaridos que Fer grabó en su computadora
portátil, con ayuda de un micrófono. Acto seguido se despidió de todos y
desapareció por la puerta directo a su estudio de grabación, en donde los
convertiría en verdaderos gritos de terror.
Saliendo Fer, entraba un tipo con un afro enorme, lentes
oscuros y con una camiseta negra, a quien el señor Gotti saludó efusivamente.
—Este que usted ve aquí, mi apreciada señora, es nuestro
Director. Así es, haremos un filme de su vida. Además Anel, el director, está
trabajando en su imagen, rediseñando su rostro para actualizarlo.
—Me disculpan, pero mi cara es un colador lleno de
huecos, de donde salen estos cabellos brillantes y larguísimos. Diría yo que
asusta a cualquiera.
Nadie le presto
atención a la Tulivieja, y seguían esperando que el Director les mostrara la
imagen “trabajada”.
—Bueno—dijo el Director—aquí tengo unas impresiones
iniciales de cómo quedará el rostro de la Tulivieja en los afiches
promocionales y también como parte del logo que distingue al parque—.
Distribuyó varias hojas y cuando la Tulivieja tuvo una en sus manos pegó el
grito al cielo.
— ¡Pero qué es esto! Esa no soy yo. ¡Esta mujer tiene
ojos de leopardo y de los huecos de su rostro salen serpientes!
El salón de conferencias quedó en completo silencio.
— ¿Duda usted, mi señora, de aquel a quien el maligno ha
designado para prestarle ayuda?—la mirada del señor Gotti era siniestra. El
Director se tapó la boca con una mirada de miedo.
—No, no—la Tulivieja tartamudeó—me es imposible dudar de
mi señor.
—Gracias. Anel: puedes seguir con este diseño, que yo lo
apruebo y también lo aprueban las encuestas, ¿verdad? — La ejecutiva de los
focus groups se apresuró a decir que sí.
El señor Gotti pidió un informe del ejecutivo de
finanzas, quien puso un video que explicaba las proyecciones financieras del
parque, los inversionistas principales y la venta de acciones en la bolsa de
valores. Todos miraban embelesados las pantallas planas que colgaban del techo.
Hubo muchas exclamaciones de aprobación. La Tulivieja no entendía nada, después
de todo, ¿qué tenía ella que ver con finanzas?
El último informe fue el del constructor del parque, el
señor A.M., así le denominó el mismísimo señor Gotti, mientras la Tulivieja se
preguntaba qué nombre era ese. El señor A.M dijo que el parque estaría listo en
seis meses, pero que el costo de construcción subía por el aumento del
combustible y de otros insumos que debían comprar de proveedores extranjeros.
El señor A.M presentó un largo listado de gastos, entre ellos sobornos, porque
el parque Tulivieja se iba construir en un área no apta, donde había un manglar
y significaría la muerte de la vida silvestre, pero que con unos billetes aquí
y allá igual lo iban a construir, que su compañía se encargaba de eso. El señor
Gotti no pareció entusiasmado, pero le estrechó la mano al constructor mientras
le decía algo al oído.
El señor Gotti acompañó a la Tulivieja personalmente a
tomar su limosina de vuelta a su pueblo.
—No se preocupe, que usted estará más que satisfecha con
los resultados—le dijo mientras cerraba la puerta del vehículo.
Cinco meses después Gotti se reunió con la Tulivieja,
para firmar unos papeles. El parque estaría listo en cuestión de semanas y
necesitaban arreglar algunas “legalidades”. Antes de firmar los papeles el
señor Gotti gentilmente le mostró a su clienta los resultados del trabajo de su
agencia. En la pantalla de la portátil se veían gráciles imágenes en vívidos
colores de lo que sería el parque “Tulivieja Fun and Games”. El rostro de la Tulivieja había sido
hábilmente rediseñado, para darle un toque aún más siniestro: su boca se abría
amenazadora como si en vez de llorar tragase gente, los cabellos eran ahora
serpientes púrpuras de lenguas bífidas, sus ojos eran dos pozos insondables con
destellos rojos. La Tulivieja ahogó un
quejido. El señor siguió explicándole
que cuando el público llegara al parque entraría por un portón gigante, donde
aparecía su rostro y el nombre del parque.
Además tendría altoparlantes que reproducían su famoso quejido: “quiero
a mi hijo”. Gotti abrió un archivo de audio y un chillido lastimero repitió el
quejido en tres idiomas: español, inglés y mandarín. La Tulivieja se quedó muda. La voz del señor Gotti lo llenaba todo y ella
era una humilde espectadora. Le mostró
un diseño de tres dimensiones del parque, cómo estarían colocadas las
atracciones, la montaña rusa, los juegos, las presentaciones, el boliche, un
billar, los restaurantes, los puestos de ventas de bebidas refrescantes, la
tienda de souvenirs y el centro de videojuegos.
Pero lo más importante era la importación a Panamá de una pantalla Imax
de 360 grados. Cada espectador se
sentiría como si estuviese dentro de la acción. El filme sobre la Tulivieja se
proyectaría en la novedosa pantalla.
La Tulivieja, luego de escuchar semejantes explicaciones,
se sintió aún más confundida, pero si decía que estaba inconforme molestaría al
señor Gotti y por carambola al diablo, así que prefirió actuar como si
estuviese satisfecha y sin mucha ceremonia firmó un papel que no leyó, en el
que cedía su nombre como marca registrada a una corporación denominada
Latepesa, S.A.
—El Maligno es uno de nuestros mayores accionistas—dijo
el señor Gotti—Estas son sólo formalidades que hay que cumplir, en menos de lo
que canta un gallo su nombre estará en la conciencia colectiva, ya no sólo del
panameño, sino del mundo entero.
La Tulivieja afirmó con la cabeza como atontada.
La inauguración del parque fue una pesadilla, al menos
para la Tulivieja que se encontró con réplicas de sí misma yendo y viniendo de
aquí para allá, tomándose fotos con el Presidente, la Alcaldesa, los invitados
de honor y del cuerpo diplomático, los inversionistas y medios de
comunicación. A Gotti no lo encontró por
ningún lado. Vagaba apesadumbrada como
un barco que en vano intenta echar anclas.
Entre tanto algodón de azúcar, paletas y latas del refresco negro
omnipresente, entre tanta risa adolescente en la sala de proyecciones y gritos
pasajeros de susto barato, el sube y baja de la montaña rusa y el mareo de
tanta vuelta, el tintinear de las maquinitas electrónicas, el olor a nuevo de
las camisetas con su rostro en las tiendas de souvenir, su propio quejido
distorsionado, todo esto empezó a causarle algo que no había sentido hacía
mucho tiempo: dolor.
La Tulivieja hizo la cola para entrar al teatro con la
pantalla Imax. Unos niños le halaron los cabellos pensando que era una más de
las que llevaba la máscara de la Tulivieja puesta. Le dolió, pero no gritó.
Tomó asiento y contempló la película por hora y media. Al final se encendieron
las luces, una música techno se escuchaba en la sala, mientras el público se
levantaba para irse. La Tulivieja
permaneció sola frente a la pantalla de 360 grados que la rodeaba. Si pudiera
contar su verdadera historia. Recordó que cuando muchacha le gustaba comer
mangos, que trepaba a los árboles de su pueblo para coger mangos verdes,
pelarlos y echarles sal. Que los lamía
despacio y luego los masticaba rápido.
Cuando los mangos eran maduros, el jugo amarillo le corría por las manos
que se les ponían pegajosas. Que había
un hombre que pasaba en una bicicleta.
Que el hombre tenía los ojos verdes y tristes y se le quedaba mirando.
Algunos inventaron luego que era un espíritu que le había hecho el hijo, pero
ella siempre supo que fue ese hombre, quien la tomó en sus manos como ella al
mango maduro y la llenó de su jugo. Que
nació un hijo al que abandonó en su desesperación, cerca de un riachuelo. Al
ver la gravedad de su acto, renegó de Dios y de todos. Empezó a vagar clamando
por su hijo, asustando a otros niños y llevándoselos a veces, para que otros
vientres sintieran su dolor. Un dolor que nada borra.
La Tulivieja miró la pantalla ahora en blanco y salió de
la sala. Caminó entre la multitud, atravesó las puertas del parque que lleva su
nombre y desde entonces, no se ha vuelto a saber de ella.
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