Isabel Burgos

(Ciudad de Panamá, 1970). Es Licenciada en Comunicación Social, de la Universidad Santa María La Antigua.
Copropietaria del Teatro La Estación, se inició en teatro en 1988 con el grupo universitario El Desván de la USMA. Actuó en TV y cine, dirigió y produjo decenas de obras teatrales en Panamá.  Es locutora comercial, escritora y entrenadora de actores y no-actores en técnicas teatrales. 
En 2010 publicó su primer libro de cuentos “Segunda Persona”.  Ha participado en las antologías “Tiempo al Tiempo”, “9 Nuevos Cuentistas Panameños”,  “Escenarios y Provocaciones - Mujeres Cuentistas de Panamá y México” y “Puente Levadizo” y dos más por publicar.  Sus cuentos han sido publicados en las Revistas Maga, El Guayacán, Panorama de las Américas y La Balandra.  En 2014 ganó el Premio Literario Ricardo Miró, sección teatro, por su obra “Tránsito”.


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Tomada de la antología centroamericana de minificción Tierra Firme.
Índole Editores. 2016.



La manada

La manada empezó a moverse, despacio primero, más rápido después, hasta adquirir un ritmo constante. Los caballos iban de recua y corrían perfectamente coordinados. Saltaban uno tras otro en una ola de músculos, huesos y sudor; en un mar de crines brillantes y monturas enjoyadas, haciendo de memoria el camino tantas veces recorrido. El joven alazán trató, por infinitésima vez de encontrar a su madre en la manada, pero ya era tarde. La música terminaba y los niños, armados de globos y algodones de azúcar, desmontaban, dejando para siempre a los caballos encerrados en el pequeño infierno circular del carrusel.


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Celda del caracol

Los ahogados vivimos en un perpetuo viaje. Nos subimos en corrientes submarinas y visitamos lugares increíbles, con bosques de algas y animales mágicos. Desde abajo, las panzas de los barcos se ven como grandes naves espaciales, como enormes nubes de metal, como omnipresentes recordatorios de la vida que alguna vez tuvimos en tierra. Vemos el sol en el día y las estrellas por la noche y nuestros ojos son como los ojos del mar.
A la pequeña Sofía, la niña del Mary Celeste, se le han enredado los cabellos en los corales. Nuestro viaje se detiene. Los delicados jirones de su trajecito de hilo, que antes volaban en el mar como cometas, ahora  giran sin sentido. Aterrada, nos ruega que no la dejemos, llorando pequeñas perlas blancas que los erizos tocan con sus espinas, curiosos, una vez alcanzan el fondo del mar. No podemos permanecer mucho tiempo en un lugar: Solo el viaje permanente nos garantiza algo parecido a la eternidad.
Tomamos una decisión propia del mundo abisal: Enfrentados al horror, rompemos a reír a carcajadas, como locos, hasta causar una gran ola que revuelve el fondo y desarraiga a la ahogada de su cárcel marina. Entonces miramos con alivio nuestras cuencas llenas de agua de sal, y flotamos hacia otra corriente que nos llevará al siguiente océano.


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Otra vida

Si yo pudiera retroceder el tiempo regresaría a la tarde esa en la que fui a tu oficina a pedirte algo que necesitaba, ya no recuerdo qué, un papel, una firma, qué se yo. Regresaría a esa tarde y al encontrarme frente a tu puerta, en lugar de hacer girar la manigueta y entrar, preguntándote, es usted el señor Santizo, seguiría de largo por el pasillo iluminado con esa luz blanca de hospital, hasta llegar a la escalera puerca de institución pública, bajaría los tres pisos, me despediría del conserje y me largaría para no volver jamás. En lugar de sentarme frente a tu pupitre y sonrojarme un poco cuando te vi mirándome las tetas con disimulo, entraría en el casino de la otra esquina, jugaría al black jack y me ganaría veinte mil dólares que emplearía en comprarme un pasaje y un guardarropa para unas maravillosas vacaciones en el Caribe. En vez de estrechar tu mano como quien no quiere la cosa al despedirme y darme la vuelta cuando me pediste mi pin delBlackberry poniéndote a las órdenes por si yo necesitaba algo más, entraría a mi casa, mandaría a la mierda a mi mamá y me iría al salón de belleza a teñirme el pelo de rojo, porque tú odias a las pelirrojas y yo ya no quiero ser yo.

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Sin título #1

En mi sueño yo contesto el teléfono y una persona me pregunta por alguien que no conozco. Es una voz de mujer, y se trata de un tema formal, algo de negocios o de trabajo, no sé. No recuerdo las palabras, sólo recuerdo adquirir la conciencia de escuchar soledad pura por el auricular. En mi sueño pienso en lo triste que tiene que estar esta persona para lograr que se le escape la soledad a través de las palabras. Luego ya no estoy en el teléfono. Estoy en un banco y sigo hablando con la misma persona, pero ahora cara a cara. Solo nos separa un escritorio lleno de papeles. Miro sus ojos. No los conozco, pero son los ojos más tristes que he visto dormido o despierto. Pienso: “Estos son los ojos más tristes que he visto, dormido o despierto”. Pienso: “Estoy soñando con una mujer triste que no conozco”. Ella sigue inmersa en su explicación de tasas e intereses, en su firme aquí, en su permítame su cédula. Pienso: “Quiero sacarla de aquí, llevarla a ver el mar”. Eso pienso, llevarla a ver el mar. En mi sueño, afuera del banco hay rocas, y más allá de las rocas está el mar. Quiero sacar a la mujer triste del banco para que vea el mar, porque, en mi sueño, el mar es la cura para la tristeza. Cruzo la puerta del banco, veo claramente al guardia de seguridad que me dice déjeme revisar a la mujer triste que lleva en su bolso. Abro mi bolso y sólo hay un cuaderno de apuntes y mi celular, que suena. Contesto. Es la mujer triste del banco que me habla de cuentas corrientes, de depósitos a plazo fijo. Me siento en una roca frente al mar, afuera del banco. Cierro el celular y vuelve a sonar. Abro los ojos, estoy en mi cama. Suena el teléfono. Contesto. Es una mujer triste que me quiere vender un fin de semana frente al mar.

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